Me dolía la cabeza. Me dolía tanto que
apenas era consciente del frío a mi alrededor, y no me di cuenta de que me
había caído hasta que mi cuerpo impactó contra el asfalto, y ni siquiera
entonces me importó. Todo me daba vueltas, era incapaz de centrar mi atención
en un objeto porque estos bailaban ante mí, divididos en tres formas iguales
que iban de la mano.
Por no notar, apenas era consciente de
la sustancia caliente que cubría buena parte de mi hombro derecho, brazo y
costado.
El sonido de tambores que parecía
haberse instalado en mi cabeza se intensificó, y los objetos a mi alrededor
comenzaron a difuminarse.
Lo último que vi, antes de perder el
conocimiento tirada en una vía de servicio de la autopista, fue un arcoíris de
luces brillantes acercándose lentamente.
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