lunes, 24 de diciembre de 2012

El ritual de la biblioteca


Observar una biblioteca de una universidad a lo largo de un cuatrimestre resulta bastante curioso.

Durante el primer mes de clase, apenas se ven más de una docena de personas en ella al mismo tiempo, la mayoría buscando algo puntual que necesitan consultar y algunos de ellos, una minoría, realmente sentándose a estudiar en serio desde el primer día de clases.

A partir del segundo mes, con el aumento del volumen de trabajo, aumenta también el número de gente que acude a la biblioteca, llegando incluso a llenar la mitad de los sitios disponibles durante algunos momentos de la mañana. Esta situación se da hasta prácticamente finalizadas las clases, cuando se vuelve a producir un cambio.

Si entras en la biblioteca de una universidad durante la última semana de clases encontrarás apenas entre un diez y un veinte por ciento de los puestos de estudio sin ocupar.

Lo que sucede una vez terminan las clases depende del cuatrimestre en que nos encontremos. Si es el primero, en el que encontramos las vacaciones de navidad se dará un descanso en que la biblioteca, durante los días de las vacaciones en que abra, estará aproximadamente llena hasta la mitad de su capacidad. Si se trata del segundo cuatrimestre pasaremos directamente a la misma situación que se da una vez terminadas las vacaciones.

Llegado el siete o el ocho de enero, dependiendo del año, y el día de finales de mayo en que las clases acaben de terminar, la asistencia a las bibliotecas se triplica, y para poder encontrar sitio en una hay que llegar con al menos media hora de antelación respecto al momento de su apertura, puesto que la cola para entrar llega a alcanzar tal tamaño que los últimos de esta ya no encuentran sitio y tienen que buscar algún otro lugar para estudiar.

Una vez terminados los exámenes, el ciclo vuelve a empezar y las bibliotecas tienen un descanso.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Exámenes


Desayunar a las ocho de la mañana un día en que no tenía clase ni debía ir a ningún sitio no era algo que la atrajera especialmente. De hecho odiaba despertarse pronto.

Por desgracia, se lo había buscado ella solita.

Al día siguiente tenía el primer examen de aquel cuatrimestre y tenía que estudiar, por eso llevaba una semana levantándose tan pronto y estudiando hasta que le dolía la cabeza, a pesar de que al no tener que asistir a clase podría haberse levantado algo más tarde.

Si hubiese seguido sus propios planes aquello no le habría pasado. En retrospectiva, estudiar aunque fuese una hora al día entre semana no parecía algo tan terrible o, como había pensado ya bien entrado el curso, empezar a hacerlo un par de horas diarias en diciembre. Había hecho planes, se había preparado horarios para asegurarse de que podía cubrir toda la materia durante un mes previo a los exámenes y así evitar, por una vez, el frenético repaso de los días previos a los exámenes por no haberse preparado nada.

Una vez hechos, los horarios habían quedado olvidados en un cajón, ignorados por completo. Había pasado los últimos días de clase y todas las navidades sin apenas mirar los apuntes y por eso ahora tenía que darse prisa en memorizar todo lo posible con apenas un par de días de tiempo por examen.

Terminando de desayunar, se prometió a sí misma que aquello no volvería a suceder y que a la próxima vez se organizaría bien el tiempo, olvidando convenientemente que era la misma promesa que llevaba años haciéndose cada vez que llegaban los exámenes sin que se los hubiese preparado.