martes, 18 de septiembre de 2012

La ortografía, esa gran desconocida


Cada vez existen más páginas dedicadas a la publicación de historias online, ya sea de textos originales o derivados de otra obra ya existente, los llamados “fanfictions”. Estas páginas son muy útiles en el sentido de que ayudan desarrollar la imaginación de las personas en un mundo cada vez más tecnológico donde la imaginación va perdiendo terreno contra la televisión y los videojuegos sin trama.

En estas páginas se pueden encontrar autores realmente asombrosos, con una gran imaginación y un estilo que hace que no podamos soltar la historia hasta el final. Por desgracia en ellas también abunda gente cuyos escritos nos hacen preguntarnos de dónde han sacado el valor para publicar un texto:

-Son tristemente comunes los textos sin un solo acento o, en su defecto, en los que cuyo autor parece creer que cualquier palabra de tres letras o más debe ser acentuada, descartando aquello que las normas ortográficas nos dicen.

-La coma parece tener partidarios y detractores; están aquellos que disfrutan tanto su presencia como para utilizarla cada cuatro palabras e incluso llegar a sustituir puntos por comas y aquellos que se oponen a su uso, presentando párrafos de seis líneas sin una triste coma porque ¿quién necesita respirar?

-No olvidemos el famoso estilo de escribir de los SMS. Es comprensible que al enviar un mensaje con el móvil o incluso al chatear por internet abreviemos las palabras para acelerar la conversación, pero de ahí a utilizar este mismo “estilo” de escritura en lo que pretendemos sea una historia para que otras personas lean debería parecer una idea absurda. Por desgracia es casi tan frecuente como las opiniones sobre la coma.

-Desde jovencitos nos enseñan a hablar inglés y nos inculcan que en ese idioma solamente se utiliza el símbolo de interrogación final. Está muy bien que nos hayamos aprendido esta regla, pero no deberíamos sustituir con ella la española que dice que “en castellano escribimos signos de interrogación al principio y al final de la pregunta”. Y lo mismo se aplica a los símbolos de exclamación.

-La “h”, esa letra odiada desde el mismísimo momento en que comenzamos a estudiar ortografía en primaria. No suena, y no parece tener ninguna razón lógica para estar, ¿verdad? Entonces, ¿cómo esperan que aprendamos cuándo utilizarla y cuándo no? Memorizando, amigos, memorizando. Ya sé que eso de ponerla siempre cuando dudamos, o no ponerla nunca, parece muy cómodo, pero una hache en mal sitio o una falta de ella puede hacer mucho daño a los ojos de quien está leyendo. Así que, si no lo hacéis por vosotros, hacedlo por el bien de vuestros futuros lectores y aprended a utilizarla.

-También debemos tener en cuenta el dilema “B”-“V”, letras que siguen una normativa específica a la hora de utilizar una u otra, pero con las que resulta más cómodo jugar a alguna clase de juego de azar a la hora de utilizarlas antes que aprender estas sencillas normas.

Cometer esta clase de errores hoy en día debería considerarse un crimen, teniendo en cuenta que, además de la cantidad de veces que nos repiten las normas ortográficas a lo largo de nuestra escolarización, la mayoría de programas de escritura tienen una herramienta muy útil llamada corrector ortográfico, que aunque no sea perfecta sí que eliminará los errores mencionados arriba. Si el corrector no es capaz de descifrar lo que queríais decir, entonces va siendo hora de plantearse volver a estudiar lengua desde primero.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Miedo


Los humanos tememos a los cambios. No solo a aquellos accidentes o tragedias que pueden darse en nuestra vida en el momento menos esperado, sino que tememos trasladarnos a otra ciudad, cambiar de trabajo, o incluso salir una noche cuando no estamos acostumbrados a hacerlo.

La mayoría de cambios son cosas inevitables y bastante inofensivas, pero aún así nuestra inseguridad, nuestra visión pesimista que en muchas ocasiones tiende a mostrarnos el peor escenario posible, hace que queramos posponerlos tanto tiempo como podamos.

Es poca la gente que no teme al cambio, y este temor es tal que incluso aquellas personas que se encuentran en situaciones que a ojos de muchos son terribles no quieren arriesgarse a salir de ellas por miedo a encontrarse en una situación aun peor.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El valor del dinero


Cuando había dinero de por medio era como si la visión de la gente se cegase. Si por ahorrar un par de miles de euros un empresario tenía que deshacerse de los residuos de su fábrica en el mar, lo hacía. Y si era en la tierra entonces le pagaba una pequeña parte de esos miles de euros al dueño de un campo que no daba beneficios para convertir ese lugar en su vertedero particular.

Cualquier cosa valía con tal de ahorrar o ganar dinero. Después, en caso de que la conciencia del empresario todavía no estuviese lo bastante sedada como para sentir remordimientos, bastaba con donar una pequeña cantidad de dinero a una obra benéfica para apaciguarla. O incluso sin sentir remordimientos, después de todo las obras de caridad eran una muy buena carta de presentación.

Era curioso cómo el gran público parecía notar más las buenas acciones que las malas, como, mientras no les afectase directamente a ellos, las personas podían ignorar la devastación de un bosque vital para el planeta o la explotación de niños que deberían estar recibiendo una educación si con ello obtenían algún producto 1que quisieran, supuestamente al precio más bajo. El hecho de que quienes lo hicieran no cobrasen ni siquiera una milésima parte del precio que ellos pagaban por él no importaba, que el bosque fuese destruido a un ritmo tal que no tuviese tiempo de recuperarse no importaba. Para la mayoría de gente, sacrificar algo o a alguien con quien no debían convivir diariamente era un sacrificio aceptable en pos de la comodidad.