Cuando
había dinero de por medio era como si la visión de la gente se cegase. Si por
ahorrar un par de miles de euros un empresario tenía que deshacerse de los
residuos de su fábrica en el mar, lo hacía. Y si era en la tierra entonces le
pagaba una pequeña parte de esos miles de euros al dueño de un campo que no
daba beneficios para convertir ese lugar en su vertedero particular.
Cualquier
cosa valía con tal de ahorrar o ganar dinero. Después, en caso de que la
conciencia del empresario todavía no estuviese lo bastante sedada como para
sentir remordimientos, bastaba con donar una pequeña cantidad de dinero a una
obra benéfica para apaciguarla. O incluso sin sentir remordimientos, después de
todo las obras de caridad eran una muy buena carta de presentación.
Era
curioso cómo el gran público parecía notar más las buenas acciones que las
malas, como, mientras no les afectase directamente a ellos, las personas podían
ignorar la devastación de un bosque vital para el planeta o la explotación de
niños que deberían estar recibiendo una educación si con ello obtenían algún
producto 1que quisieran, supuestamente al precio más bajo. El hecho de que
quienes lo hicieran no cobrasen ni siquiera una milésima parte del precio que
ellos pagaban por él no importaba, que el bosque fuese destruido a un ritmo tal
que no tuviese tiempo de recuperarse no importaba. Para la mayoría de gente,
sacrificar algo o a alguien con quien no debían convivir diariamente era un
sacrificio aceptable en pos de la comodidad.
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