martes, 28 de agosto de 2012

Retrospectiva


A veces, cuando pienso en cómo me entristecí y decepcioné cuando una persona muy importante para mí me dejó, no sé si llorar o reír. ¿Debería llorar por el recuerdo de lo mucho que sufrí entonces, por aquella sensación de vacío que, creí, nunca desaparecería? ¿O debería reírme de lo estúpida que fui al querer recuperar en mi vida a esa persona que me había herido tanto y me había tratado tan mal? Porque, seamos sinceros, por mucho aprecio que se le haya tenido a alguien, cualquiera que pueda decir “deberías agradecer que te haya soportado todo este tiempo” no se merece ni una mirada de desprecio. Que alguien pueda tener la concepción de ser mejor que otra persona, y más aún si se trata de alguien a quien supuestamente aprecia, así como de estar haciéndole un favor a alguien por dedicarle una parte de su valioso tiempo, es simplemente patético.

Visto ahora, con varios años ya pasados, me parece muy claro, pero entonces lo único que podía sentir era tristeza y autodesprecio: tristeza porque me hubiera quedado sola, y autodesprecio por no valer lo suficiente para estar con esa persona. Ahora, en cambio, sí siento agradecimiento, pero no porque me hubiera dejado pasar un tiempo en su compañía como quería decir con esa frase, sino por haber tenido el valor de plantarle cara y, aunque no fuera mi intención original, haberme deshecho de semejante persona en mi vida. Y por eso, por haber dicho “basta”, me doy las gracias.

domingo, 26 de agosto de 2012

Bajo la lluvia


 

          Había comenzado a llover pasado el mediodía, y en aquel momento el agua caía con tanta fuerza que parecía estar llorando junto con la gente que ocupaba los bancos de la iglesia.

No había podido averiguar quién había fallecido a pesar de que había pasado un día entero, pero a juzgar por el hecho de que mis padres no habían dejado de llorar desde que llamaran por teléfono el día anterior por la tarde, así como que estábamos sentados en primera fila, supuse que era alguien importante para ellos. Digo para ellos y no para nosotros porque, al preguntarles, no me habían dicho quién era, por lo que supuse que yo no conocía a la persona que yacía en ese momento dentro del ataúd frente al altar. ¿Y si era el hermano con el que mi madre hacía veinte años que no hablaba? Mis abuelos también estaban en la iglesia, y se les veía devastados, por lo que no parecía una idea tan absurda.

De todas formas no iba a tardar en averiguarlo: mis padres acababan de levantarse y se dirigían a dar su último adiós al difunto. Yo me puse en pie detrás de ellos y me siguieron mis abuelos.

Cuando llegó mi turno y miré dentro del féretro fue mi propio rostro el que me dio la bienvenida.

sábado, 25 de agosto de 2012

Inmortalidad


 

Desde que tengo memoria, he oído hablar a la gente de la inmortalidad. Existen muchos cuentos e historias en los que aparecen personajes inmortales; se han creado leyendas sobre formas de conseguirla, historias inventadas que gente real ha seguido, por muy alto que fuera el coste, para lograr la inmortalidad; y mucha gente teme a la muerte y habla de lo maravilloso que sería ser inmortal.

Yo me pregunto: ¿acaso estáis locos? ¿No os dais cuenta de que sin una fecha límite, sin un plazo para vivir la vida no conseguiríais nada porque tendríais “tiempo de sobra” para hacerlo todo? ¿De que una vez hayáis hecho todo aquello que os gustaría hacer, todo lo que podríais hacer, llegaríais a cansaros de hacer siempre lo mismo? ¿No habéis pensado que llegaríais a desear aquello contra lo que habéis luchado?

Entonces, pensad. Pensad en lo que haríais si tuvierais todos los días, horas, minutos y segundos que han pasado y pasarán a vuestra disposición. Pensad cuánto tiempo tardaríais en desear no tenerlos.

lunes, 13 de agosto de 2012

Planes


Siempre has hecho planes: para las vacaciones, para un viaje, para salir a algún sitio con los amigos. Y esos planes te hacían mucha ilusión. Entonces, una vez todo estaba ya preparado, alguien cambiaba de opinión, o había algún problema. Al final nunca ibas, y te decepcionabas tanto como te habías ilusionado.


Ahora haces planes, pero no se los dices a nadie. Porque tú no eres una persona que haga las cosas. Porque de ti no se espera que vivas fuera de las pautas que otros marcan. Si te sugieren un plan, tú sonríes, dices que sí y no te sorprendes cuando se cancela. Porque tú ya lo sabías.

domingo, 5 de agosto de 2012

Hora punta


En hora punta el autobús iba siempre repleto de gente. Si una se fijaba bien en su alrededor, vería que muchas de aquellas personas le acompañaban cada día, al menos durante una parte del trayecto.

Estaba la madre que llevaba a sus dos hijos al colegio: dos chicos de unos siete y nueve años. Los niños eran incapaces de estarse quietos por más de dos minutos, y pasaban el tiempo intentando jugar, abriéndose paso entre la gente a empujones y haciendo que más de una persona estuviese a punto de caerse al suelo. La madre intentaba controlarlos, pero ellos no le hacían caso y más de una vez se habían pasado de parada porque la mujer no encontraba a uno de sus hijos entre el gentío.

Había un hombre que siempre vestía con trajes impolutos pero que no terminaban de caerle bien a su cuerpo y cada día de la semana se ponía un reloj diferente, todos ellos imitaciones de marcas prestigiosas. El hombre siempre ocupaba el mismo sitio: en la parte central del autobús, apoyado contra la ventana del lado izquierdo y con la mano en la que llevaba el reloj sujetándose a la barra vertical que allí había, asegurándose siempre de que su estuviese bien a la vista de todos.

También estaban las dos mujeres que, como era fácil deducir de sus conversaciones, vivían en el mismo edificio y trabajaban en el mismo supermercado. Pasaban el trayecto hablando sobre chismes de personas a las que apenas conocían: el tema de conversación de hoy era la profesora casada, madre de tres hijos, que había dejado a su marido e hijos por un antiguo alumno que ahora tenía veinte años.

La chica que se sentaba todas las mañanas en el asiento de la fila del fondo a la derecha, algo que conseguía al subir en la segunda parada del trayecto, aprovechaba el viaje para mentalizarse del día que iba a pasar y para fortalecer las defensas que le había costado años construir. Excepto ese día. Ese día no pensó en cómo fingir que no se percataba de las burlas e insultos de sus compañeras de clase, en cómo evitar a toda costa encontrarse con alguno de sus compañeros a solas fuera de las clases o en cómo evitar a los profesores a la hora del recreo para poder pasarlo en un clase vacía. Ese día pasó los veinte minutos de trayecto abrazando la mochila a su pecho con todas sus fuerzas.

Al bajar del autobús se preguntó si alguna de las personas con las que había viajado todas las mañanas durante los últimos dos años la reconocería como la chica que iba a aparecer en las noticias del medio día por haber comenzado a disparar en su instituto.

sábado, 4 de agosto de 2012

Cuestiones de ropa y género


Un día iba paseando por la calle y fui objeto de varios comentarios salidos de tono por parte de hombres que me fui encontrando.

La ropa que llevaba era un vestido negro algo ceñido, pero no demasiado, que me llegaba a medio muslo, de manga corta y con un par de botones abiertos al frente por los que no se veía el mínimo atisbo de escote. No iba maquillada y llevaba zapatos planos y cerrados. Además de los comentarios, varias señoras me miraron mal al cruzarme con ellas.

En cambio, de los hombres que hicieron comentarios, la mitad eran más o menos de mi edad, uno de ellos iba sin camiseta y un par con los pantalones sueltos tan bajos que asomaba medio culo a vista de todos. Pero a ellos nadie les dijo nada. Solo una mujer mayor miró un poco mal a uno.

Eso me hizo preguntarme algo: ¿de verdad importa que se me vean las piernas, porque nada más se veía, o lo que importa es que tengo un par de tetas y mis órganos reproductores dentro?

A partir de estos acontecimientos comencé a fijarme en mi alrededor y me di cuenta de un par de cosas:

Si una chica lleva una falda corta (curiosamente no un pantalón), a pesar de que no se le vean las bragas, estén a un par de milímetros de verse o algo por el estilo, siempre habrá individuos del sexo opuesto que tomen el atuendo para comportarse como animales en celo y ser extremadamente desagradables. Encima creyendo que sus atenciones son bien recibidas o, peor aún, “merecidas”. Por supuesto no olvidemos las miradas desaprobadoras y el hecho de que muchas de las personas con las que la chica se cruce (mujeres) actuarán como si fuese portadora de una plaga.

Por otro lado, si es un hombre el que se pone una prenda que se consideraría poco adecuada no recibirá ninguna reacción de los demás hombres, y, como mucho, alguna que otra mirada de desaprobación de una mujer.

No puedo evitar preguntarme por qué, en una sociedad moderna e igualitaria como en la que se supone que vivimos, se consideran mucho más escandalosas unas piernas femeninas al aire que un trasero masculino. ¿Acaso las piernas son consideradas como algo mucho más sexual de lo que pueda ser un culo, y con todas las referencias a lo segundo que se hacen en los medios no se intenta sino ocultar un fetichismo social por las piernas, y es por eso que los hombres no se ponen pantalones demasiado cortos?

Si ese es el caso, debo felicitar a quien se le ocurrió esta campaña, porque realmente me tenía engañada. Y yo que creía que verle el culo a alguien era mejor que verle las piernas…