A
veces, cuando pienso en cómo me entristecí y decepcioné cuando una persona muy
importante para mí me dejó, no sé si llorar o reír. ¿Debería llorar por el
recuerdo de lo mucho que sufrí entonces, por aquella sensación de vacío que,
creí, nunca desaparecería? ¿O debería reírme de lo estúpida que fui al querer
recuperar en mi vida a esa persona que me había herido tanto y me había tratado
tan mal? Porque, seamos sinceros, por mucho aprecio que se le haya tenido a
alguien, cualquiera que pueda decir “deberías agradecer que te haya soportado
todo este tiempo” no se merece ni una mirada de desprecio. Que alguien pueda
tener la concepción de ser mejor que otra persona, y más aún si se trata de
alguien a quien supuestamente aprecia, así como de estar haciéndole un favor a
alguien por dedicarle una parte de su valioso tiempo, es simplemente patético.
Visto
ahora, con varios años ya pasados, me parece muy claro, pero entonces lo único
que podía sentir era tristeza y autodesprecio: tristeza porque me hubiera
quedado sola, y autodesprecio por no valer lo suficiente para estar con esa
persona. Ahora, en cambio, sí siento agradecimiento, pero no porque me hubiera
dejado pasar un tiempo en su compañía como quería decir con esa frase, sino por
haber tenido el valor de plantarle cara y, aunque no fuera mi intención
original, haberme deshecho de semejante persona en mi vida. Y por eso, por
haber dicho “basta”, me doy las gracias.